Para Marta

Recuerdo que el día que me diagnosticaron la esclerosis, esa misma tarde habíamos recibido la noticia de la muerte de nuestra querida Marta. Era una chica de unos 35 años que hacía diez que le habían descubierto un tumor en la cabeza. Nunca quiso operarse, los médicos no lo tenían claro, dada la ubicación tan compleja en la que tenía el citado tumor. Las probabilidades de morir en la operación eran muy elevadas.

Marta lo asumió de forma envidiable. Años más tarde tomó la decisión de irse a vivir con su novio
– lo que me quede de vida, voy a disfrutarla con la persona que amo.
Lo tuvo muy claro, como también tuvo claro negarse a quedar embarazada
 – no puedo permitir traer a este mundo a un niño que más pronto que tarde se va a quedar sin madre.

La sonrisa nunca se le cayó de la boca, era guapa, cariñosa, generosa, simpática, simplemente espectacular. Y murió en paz, porque vivió feliz. Mi madre fue quién me dio la mala noticia por teléfono y me comentó que iban a dar una misa por ella.
 – dónde es la misa mamá?
 – no te preocupes hijo, bastante tienes tú, quédate en casa y descansa
 – por mucho que me quede en casa la esclerosis no se me va a pasar, dime dónde es.

Era en una iglesia ubicada en nuestro antiguo barrio (de hecho, éramos vecinos). Se lo dije a mi mujer (Gracia la quería mucho) y nos acercamos a la iglesia.

Tres o cuatro años antes de diagnosticarme la enfermedad, sufría unos síntomas desconocidos para mí hasta el momento, no sabía que me pasaba, ero algo raro me ocurría. Había tenido en diferentes ocasiones nubes en los ojos, algo incomodísimo, como si vieras a través de un cristal traslúcido o como si en el salón de tu casa se hubiera metido una niebla espesa que te impidiera ver la televisión con
claridad. Andar como si estuvieras borracho, no ser capaz de seguir la línea recta que dibujan los adoquines de la calzada sin desviarte o pegar un tropezón. Ni que decir tiene el estar continuamente haciéndote pis, salir a la carrera para buscar un baño y al llegar, casi siempre por los pelos, mear una mierda???¿¿¿.

No me quería enterar, miraba para otro lado o me consolaba diciéndome
 – Es stress, tengo que descansar más.

Hasta que un día saliendo de una reunión desafortunada y volviendo a la
oficina, a la altura de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid me vi de repente que era incapaz de dominar el coche, estaba como mareado y no me quedó más remedio que aparcar como pude y salir del coche a gatas. Esto ya era grave, seguramente stress, pero grave.

Que algo me pasaba, era plenamente consciente, aunque me engañase como un niño chico. La realidad era muy simple, tenía más miedo que un perro en el veterinario. Vale, tengo que ir al médico, pero ¿a cuál? A qué médico le cuento que ando como un vulgar borracho o que me voy haciendo pis por las esquinas.

Cuando me aparecieron por primera vez las nubes en los ojos, sobre todo en el izquierdo, fui al oftalmólogo, al hospital Ramón y Cajal de Madrid. Toda una aventura. Las pruebas que me hacían a las 9 de la mañana veía nítidamente, pero me las repetían sobre las 12 y ya no veía una mierda. Era verdad, por la mañana después de haber descasado toda la noche me levantaba perfectamente y según iba transcurriendo la mañana iban apareciendo las famosas nubes.

Bueno, pues la oftalmóloga no se lo creyó
 – me está usted tomando el pelo, no es posible que esta mañana viera usted la diapositiva perfectamente y dos horas más tarde no me sepa decir que pone en la misma imagen.
 – lo siento pero no lo veo.


Era lo que intentaba contarle pero como no te dejan hablar, pues ahí estábamos, yo con nubes y ella más cabreada que una mona.
En resumen, me hicieron todas las pruebas del mundo, me colocaron un objetivo en un ojo untado con vaselina muy desagradable, pasó todo el hospital por el objetivo para dar su opinión, todos decían lo mismo, no lo veo claro, y a mí el ojo se me estaba a punto de caer por el suelo, hasta que llego un médico que debía ser el jefe de todos ellos y dijo:
 – Esos flequillos que aparecen no tiene importancia, hacerle la graduación real y que se haga las gafas, veréis como se le pasa.

Así fue, graduación en el ojo izquierdo de 0,5 dioptrías y en el derecho nada.

Cuando fui a la óptica de mi amigo Iñaki para que me hiciera las gafas me dijo
 – Chiqui, eres consciente que esta graduación la tenemos el 80% de la gente que no llevamos gafas y no por ello tenemos nubes. Te han contado una de indios, ahora si quieres yo te hago las gafas y encima te las regalo.

Mi amigo Iñaki me hizo las gafas y me las regaló, pero las nubes tardaron dos meses en irse, y se irían……….. Porque llegó el verano. Sin comentarios.

Mi amigo Gustavo me sacó de dudas
 – Chiqui, al médico que tienes que ir es un neurólogo, vete directamente sin pasar por el médico de cabecera porque si no te van a marear, hazme caso, vete cagando leches al neurólogo.
 – De acuerdo Gus, lo haré
 – No me jodas Chiqui, prométeme que vas a ir
 – Te lo prometo Gus.


Y me cagué, de miedo por supuesto, pero te juro que me cagué. Fui al neurólogo, le conté lo que me pasaba, el escribía todo lo que le contaba sin mediar palabra  y cuando se dispuso a hablar me dijo:
 – Te voy a dar un volante para que te hagan una resonancia magnética. Vete cuanto antes y en el momento que te den los resultados, no pidas ni cita, te vienes directamente a verme
 – Es grave?
 – Creo que es lo que es, pero hasta que no tenga los resultados de la resonancia, no te puedo decir nada.


El miedo se apoderó de mí, no solo por la incertidumbre de no saber lo que tenía (por como hablaba, no debía ser nada bueno) sino también por tener que hacerme una resonancia, con lo claustrofóbico que soy, meterme en un puto tubo. Ya decía yo que a los médicos no había que ir, la he cagado, de esta muero, si antes no me quedo en el tubo.

Me busqué la vida y conseguí que me hicieran la prueba en una resonancia abierta en el Hospital de Somosaguas. Esto fue un 17 de marzo y al ser Semana Santa del 21 al 27, no me darían los resultados hasta el día 29 de dicho mes. Fue la peor Semana Santa de mi vida. Me fui al Puerto de Santa María, a una casa que tienen mis cuñados, a intentar evadirme de todos mis miedos mientras paseaba por lo la playa y en vez  de tranquilizarme, no hice otra cosa que darle vueltas al tema y crearme en mi cabecita la visión de un diagnóstico de lo más turbio.
 – Esto es un tumor, está claro, me va a pasar lo mismo que a mi amiga Marta y no va a tener solución.

Había días que esos paseos matutinos por la playa de Fuentebravía los daba con mi amigo Chema, hermano de mi cuñado Jaime.
Chema es médico odontólogo y que más quería yo, que poder preguntar a un médico, que podía ser lo que tenía. El pobre Chema se estrujó los sesos para contarme un ramillete de posibles enfermedades sin importancia evidente y que por supuesto no tuvieran nada que ver ni con tumores ni con la palabra cáncer. Muchas gracias Chema, eres un cielo, pero era consciente que lo que me estabas contando no te lo creías ni tú, de todas formas, gracias.

Y llegó el día 29, y me fui a buscar a Somosaguas la dichosa resonancia. Nada más recogerla me fui directamente a la calle Columela para enseñársela directamente al Doctor Varela y que me diera de una puta vez la fecha de defunción.

No recuerdo bien que era lo que me temblaba, si las piernas u otra parte menos púdica, pero algo me temblaba. Cogió el sobre que iba dentro de la bolsa de la resonancia y ayudándose de un abrecartas, fue cortando muy despacito la solapa del sobre. Mi cabeza estaba a punto de explotar, oyendo el rasguear del papel, centímetro a centímetro, parecía una ceremonia de los Oscar y le faltaba culminar toda la parafernalia con un » the winner is»…….

“Esclerosis Múltiple”

No os lo vais a creer, me dieron ganas de darle un abrazo. Mi amiga Marta acababa de morir hacía unas horas y ya me estaba echando una mano para no padecer lo mismo que ella había sufrido en los últimos meses de vida. Muchas gracias Marta, nunca olvidaré tu sonrisa, ni por supuesto a ti.

Ahora toca luchar contra ti esclerosis, ya veremos quién gana. Una vez terminada la misa y dada la proximidad a la que se encontraba la casa de mis cuñados nos pasamos a verlos. Ya se habían enterado de mi diagnóstico y les apetecía darnos un abrazo.

Nada más llegar y después de intercambiar abrazos aderezados por una cantidad de lágrimas considerables mi cuñado Jaime me llevó a su habitación en donde tenía el ordenador encendido.
 – Estoy mirando en Internet todo lo relacionado con la esclerosis para ver en consiste, entenderlo mejor y que opciones tenemos.

Nos miramos y no hizo falta poner voz a lo que sentíamos. Simplemente con la mirada me trasmitió todo el cariño y compromiso que un ser humano es capaz de dar a alguien que quiere con locura y yo le devolví la mirada en forma de gracias.

Estos son los momentos que, aunque dramáticos, merece la pena vivir.

En el próximo Post analizaré qué es lo que nos hace vulnerables.

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